lunes, 10 de noviembre de 2008

Capítulo 4

...Y salir para que la luz me ciegue


Con los ojos cerrados, oí a mi hermano gritar mi nombre, con voz de desesperación. Mi cuerpo se había quedado rígido, como si mis músculos fueran piedra. Noté que tiraban de mí, con fuerza, deshaciéndome así de mi pesadilla. Caí al suelo, sin poder abrir los ojos.

Segundos después, pequeña mano de Gering me recogía el pelo de la cara, y yo abrí los ojos. El niño me miró con cara asustada, abriendo sus ojos como platos, dejando que un suspiro de sorpresa saliera de su boca. Al acto, Herz me miró: “No puede ser…”. Con estas palabras, me incorporé y me miré en el espejo, donde ya no salía luz. Lo que vi me dejó perpleja. Siempre había tenido los ojos marrones, como los de mi padre, profundos y oscuros. Esta vez, el derecho no tenía el mismo color. En su lugar, tenía un ojo de un color azulado, casi púrpura. Me fijé con más atención, y vi que nada se reflejaba en él. Era como el ojo de un cadáver, carente de expresión y sin vida. Entonces recordé que una vez había visto uno igual, cuando a mi hermano le regalaron un títere para su séptimo cumpleaños. Era muy pequeño, y vestía ropa de espantapájaros. Tenía dos cristales en forma de óvalo a modo de ojos, de un azul celeste casi inhumano. Le encantaba aquel muñeco, pero un día, al llegar a casa después de un largo paseo por el bosque, se puso a llorar diciéndole a mi madre que lo había perdido. Pasamos horas buscándolo inútilmente, hasta que por fin nos dimos por vencido. Hacía ya mucho tiempo de aquello, pero lo recuerdo con asombrosa claridad.
Herz se me acercó, observándome detenidamente. Yo seguía en el suelo, al lado del espejo. Se agachó hasta la altura de mis ojos. Puso sus manos en mis sienes, que yo notaba ardiendo por culpa del espanto. Me miró fijamente durante interminables segundos. Finalmente, mi impaciencia pudo conmigo y grité: ¿Qué me ha pasado? Herz apartó las manos lentamente, casi acariciándome, y se las llevó a la cabeza, como cuando se pone nervioso y no sabe qué hacer. No hacía falta que me dijera nada, le conocía bien y sabía por su reacción que, fuera cual fuera el hechizo que se había apoderado de mi, no me dejaría seguir viviendo mucho tiempo…

Herz se levantó y se dirigió hasta donde estaba Gering. Le dijo que, puesto que ya había amanecido, fuera a buscar algo para desayunar. Le dio una moneda y el niño se fue corriendo de la habitación. Herz miró momentáneamente al suelo, sin saber qué decir. Yo intenté ponerme de pie, con dificultad. Al verme, Herz se acercó a mí y me sujetó antes de que perdiera el equilibrio. Me ayudó a sentarme en la cama, que produjo un sonido parecido a un grito. Cogió mi mano vendada, que todavía me dolía a horrores. ‘¿Por qué sucede esto?’, se lamentó. Le miré de reojo, con el ceño fruncido: ‘Herz… Dime que me ha pasado…’, casi como un susurro, sin esperanzas de tener una respuesta de mi agrado. Sin mirarme, me respondió: ‘Papá me habló de ello… Es un hechizo muy poderoso, que normalmente se guarda en los espejos para proteger las casas solitarias de posibles magos malvados. Las almas corrompidas son fácilmente visibles, y con este hechizo se asegura que no puedan hacer ningún mal…’, se llevó las manos a la cabeza otra vez, y su voz cogió un tono entristecido, sin ganas de pronunciar otra frase. Sin embargo, continuó: ‘Por lo que tengo entendido, la marca de tu ojo no se irá hasta que tu vida se desvanezca… Cada día que pase, el color se irá volviendo más púrpura, hasta que, finalmente, se vea de color violeta’, no le dejé terminar la frase, me llevé las manos a los ojos, que habían empezado a llorar, sin mi consentimiento. Quizá por lo que me había contado Herz, o a lo mejor porque intuí lo último que tenía que decirme… Cuando mi ojo se torne violeta, mi vida expirará.

Gering volvió de su búsqueda con un pan bajo el brazo. No era mucho, pero evitaría que nos rugieran las tripas durante algunas horas. Ni mi hermano ni yo abrimos la boca mientras desayunábamos, y Gering no paraba de decirnos emocionado que era la última barra de pan que le quedaba al señor de la tienda y que por poco se queda sin ella. Luego, nos preguntó cuando volveríamos a casa. Herz le dijo: ‘Dentro de unos días Gering, de momento… Estamos de vacaciones’

Recogimos nuestras cosas y las metimos como pudimos dentro de las maletas. Vi que Gering me miraba fijamente, ‘Lei… ¿Por qué tu ojo se ha vuelto azul?’. Me quedé pensando un instante, ‘Lo he hecho yo, ¿verdad que es bonito?’. Gering se fijó otra vez en mi ojo, frunciendo el ceño. En un momento, su expresión cambió y sonriendo me dijo que le gustaba más azul.

Me acerqué a Herz y casi susurrando le pregunté si tenía dinero. Me dijo que lo último que le quedaba era lo que le dio a Gering para comprar el pan. En ese momento me puse muy nerviosa, las manos me empezaron a temblar repentinamente, y la herida parecía arderme intensamente. ‘¿Qué vamos a hacer, Herz?’; ‘Coge a Gering, iros corriendo hacia la estación y esperadme allí.’; ‘Sabes que no puedes usar tu magia para librarte de lo que te apetezca, si alguien se entera te van a…’; ‘¿Tienes alguna idea mejor? Calla y haz lo que te digo’

Cogí las maletas y sujeté con fuerza a Gering de la mano. Nos fuimos con sigilo hasta la puerta de la posada. La dueña me miró con ojos desconfiados y me preguntó donde me iba. Le dije tartamudeando que mi hermano pagaría la cuenta. Empecé a correr, entre las callejuelas malolientes y la gente. Al final legué a la puerta trasera del pueblo, donde no había vigilancia. La cálida luz del sol del mediodía nos esperaba fuera.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Capítulo 3

Cuando el miedo se apodera de todo...


Vordruck tenía el brazo de Herz inmovilizado, e iba torciéndoselo hacia su espalda. Mi hermano gritaba de dolor, se retorcía y maldecía a aquel extraño que tanto daño nos estaba haciendo. Gering seguía gritando, ahora con llantos y lágrimas, sus mejillas llenas de pequeñas pecas se humedecían. Miré la cara de Vordruck; estaba sudando, con la mandíbula desencajada, dejando entrever que aquel esfuerzo le superaba. Parecía que sus ojos iban a salirle del rostro, y sus manos empezaron a temblar. Herz se percató de que el hombre ya no podía sujetarle por más tiempo; con el brazo que le quedaba libre, asestó un golpe con el codo en el vientre de Vordruck. El hombre se retorció, soltando a Herz. Acto seguido cayó al suelo, quedando de bruces, sin poderse levantar. Miré a Herz, que tenía una expresión de fatiga, pero a la vez los ojos le brillaban y su rostro se encendía en furia. En ese momento, Vordruck miró a mi hermano con aire desafiante. A su vez, Herz le devolvió la mirada con seguridad, alzando de nuevo su brazo. Esta vez hizo que el hombre de negro se levantara, poco a poco, como si le pesara demasiado el cuerpo. Herz fijó sus ojos en Vordruck, manipulándole y haciéndole andar hasta la ventana. Sabía lo que sucedería, así que cogí a Gering, que todavía lloraba sin parar, y lo mantuve aferrado a mí. Le abracé muy fuerte, como si en algún momento tuviera que desaparecer. Entonces, Herz hizo que Vordruck siguiera caminando hacia la ventana, hasta que la rompió con su cabeza y cayó al vacío. En unos segundos, sólo quedaron los cristales rotos de la ventana con algunas gotas de sangre. No me atreví a mirar fuera, ni tampoco Herz.


Mi hermano hizo las maletas. En solo un par de minutos, logró poner casi toda nuestra ropa en apenas una pequeña maleta. La verdad es que nuestra familia es bastante modesta, aunque mi padre tenga un buen empleo, nunca es suficiente. Luego, fuimos a casa de Gering, donde todavía se podía observar las manchas de sangre… Cogimos su ropa y nos fuimos.

Aunque la mayoría de gente montaba a caballo para poder desplazarse con mayor facilidad, nosotros simplemente empezamos a caminar en dirección a la casa del abuelo, que estaba a un par de días andando. Subimos la colina de amapolas, que en esta época que habían florecido, donde hay una buena vista del pueblo. Entre las colinas, con solo pequeñas casas y una torre alzándose en medio, la escuela, allí se divisaba el pueblo. En ese momento decidí observarlo bien, reparar en cada detalle que se veía, pues tenía la sensación que no lo vería en bastante tiempo, o quizás nunca. Mi hermano llevaba la maleta, y yo cogía fuerte de la mano de Gering, cuya expresión triste me torturaba cada vez que ponía mi vista en él. Avanzamos por el camino del bosque, que a estas horas estaba iluminado, con el resplandor del verde de los árboles casi cegándonos. Aquella visión que quitaba el miedo, tan relajante como mirar el cielo en un día sin nubes, y que tanto me había gustado siempre. De pequeña, el abuelo me traía a pasear, y me contaba que los árboles crecen durante toda su vida. En una ocasión le pregunté si podían llegar hasta las nubes. Él sonrió, dirigió su mirada al cielo y suspiró: claro que si.

Pasamos todo el día deambulando por el bosque, y las piernas ya nos estaban pidiendo reposo. Miré a Herz con preocupación, obsesionada con la idea de que no podíamos pasar la noche en el bosque. En el colegio siempre nos recuerdan que es peligroso pasar la noche al raso, hay muchos animales sueltos por esta zona, y ni siquiera podríamos imaginar la ferocidad con la que cazan a sus víctimas. Yo nunca había visto un lobo, ni un jabalí, y ni siguiera a un murciélago. De golpe, Herz se paró. Miré delante de él, y vi una gran puerta con pequeñas ventanas de cristal. Estaba en medio del camino, unida a unas grandes paredes que en su día fueron blancas. Mi hermano me susurró: llamaremos, tenemos que pasar la noche aquí. Gering me agarró el brazo, como si se lo tuvieran que llevar de mi lado. Herz se dirigió con decisión hasta el picaporte, que era de una pequeñez inusual, y tan reluciente como la plata. Yo me quedé mirándole, y notando como la herida de mi mano hacía que casi me retorciera del dolor. Herz aproximó su mano al picaporte, con intención de llamar, pero en ese momento la puerta se abrió ante sus ojos de sorpresa. Delante de él había un hombre de unos treinta años, con una barba dorada que le llegaba hasta el pecho. Iba vestido con un largo abrigo hasta las rodillas, y podía entreverse que era el vigilante nocturno. Herz se quedó unos segundos paralizado por la sorpresa, pero enseguida se dispuso a hablar con aquél hombre: “disculpe, no tenemos dónde pasar la noche….” Antes de que pudiera terminar, el hombre se hizo a un lado, dejando que pasáramos. Lo que había al otro lado era una larguísima calle. A cada lado había una sucesión de pequeñas casas con las fachadas grises, sin vida y decrépitas. El paso era muy estrecho, y en algunos casos, si los cristales estaban lo suficientemente limpios, podía verse lo que había en el interior de los hogares. Finalmente, al lado de un balcón, vimos una placa con letras medio borrosas que ponían “Posada”. Sin mediar palabra, nos dirigimos allí con la esperanza de que aún quedaran habitaciones libres.

La mujer que nos atendió era ligeramente jorobada, con media dentadura podrida, y que parecía tener como mínimo cien años. Nos dejó claro que a la mañana siguiente tendríamos que irnos inmediatamente y pagarle. Yo sabía de sobra que Herz no había cogido dinero, y no sabía qué haríamos cuando saliera el sol. No obstante, tenía tanto cansancio sobre mis hombros que ni siquiera me fijé en la habitación, simplemente me dejé caer en una de las 2 camas que había. Al hacerlo, ésta provocó un chirrido de muelles que resonó en toda la calle.

Horas más tarde, una luz turbia que parecía provenir del interior de la habitación, me despertó. Al principio ni siquiera sabía dónde estaba, pero al notar los pinchazos de mi mano, empecé a recordar. Me incorporé con dificultad, flotándome los ojos, casi sin poder abrirlos. Recorrí con la mirada la habitación, observando que mi hermano y Gering seguían durmiendo en la cama que había en frente de la mía. En el centro, se encontraba el objeto del que emanaba la luz. Era un espejo. El marco del espejo era dorado, con detalles de flores y hojas. Del centro, salía aquella extraña luz que no podía dejar de observar. Me acerqué sin pensarlo, intentando hacer el menor ruido posible. Posé mis dedos en una de las pequeñas flores doradas, y su tacto era gélido. En aquel momento, la luz empezó a ser más clara y a tener más intensidad. Antes de que pudiera darme cuenta, la habitación se había iluminado por completo y no podría apartar la mano del espejo. La luz me cegó por completo y empecé a temblar.

lunes, 11 de agosto de 2008

Capítulo 2

¿Por qué los secretos son tan dolorosos?


El misterioso hombre estaba ensimismado preparando todo lo necesario para el hechizo. Gering había parado de reír, su rostro había vuelto a su antigua expresión de pánico. Le cogí la mano, fuertemente, para que de alguna manera él sintiera que estaba allí. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a mi hermano, pero desconocía como. De pronto, Vordruck fijó la mirada en Gering: “¿Alguna otra cosa?”, a lo que el niño contestó: “Las palabras clave”. Por lo visto el hombre sabía perfectamente a lo que se refería. Cogió el pincel que tenía preparado y, con pintura roja, empezó a escribir palabras para mí desconocidas en la mesa de la cocina. Sin nada que perder, le grité: “¿Qué es lo que quiere?”. Vordruck me miró con una chispa de desprecio, como si estuviera pensando rápidamente como eliminarme. Finalmente, me respondió: “Muchas veces los dones son recibidos por personas que no los merecen. Y uno de ellos es tu rey. Lo que haré será despojarlo de su palacio, quemar lo que más quiere. Los magos no estamos en este mundo para servir a un monstruo con forma humana para que pueda vivir en su paraíso creado con la desgracia ajena. El padre del niño se negó a darme la clave para el hechizo. Así pues, lo tomaré a la fuerza.” Gering, sin resistirse al miedo, gritó con fuerza. Era solo un sonido, pero con tanto miedo impregnado que los escalofríos te helaban la sangre.

Vordruck siguió escribiendo sobre la mesa, y sin querer se le manchó el anillo que llevaba en el dedo índice de la mano derecha. Sin darse cuenta, prosiguió su plan. Me fijé más detenidamente en el anillo. Aunque, cubierto de sangre, seguía brillando. No parecía de oro ni de plata, sino más bien de alguna piedra preciosa. Súbitamente, Vordruck cogió al niño del brazo y lo arrimó a la mesa. Gering, que no había tenido tiempo ni de pestañear, se puso a llorar, pero esta vez, gritó de un modo silencioso, sin articular ningún sonido. El hombre le cogió la mano, alzándola cerca de su cara. La observó unos instantes. Fríamente, dijo: “Para este hechizo es necesario algo más. Quizá… Tu mano bastaría.” Loca de rabia, me abalancé sobre el niño y no cogí con todas mis fuerzas, apartándolo de aquel hombre. Vordruck, sin moverse, me dijo: “A lo mejor no haría falta una mano… con un poco de yema del dedo bastaría.”. Volvió a avanzar hacia el niño, pero me puse delante de él: “No le toques, si quieres algo, mírame a mi.”. Él sonrió, cogiendo mi mano. La puso encima de la mesa, en medio de las palabras que antes había pintado. Estaba aterrorizada, la mano me temblaba sin cesar, y una gota de sudor frío me caía lentamente de la frente. Cogió un cuchillo, y lo acercó al dedo índice de mi mano izquierda. A modo de prueba, lo movió frente a mi yema, como si calculase cuanto me tenía que cortar. En este momento cerré los ojos, las piernas no me respondían y la mandíbula me castañeteaba, como si me estuviera helando de frío.

Noté el acero del cuchillo sobre mi piel, pero era tal el miedo que sentía que ni siquiera notaba el mínimo dolor. Algo en mi me decía que algo no iba bien. Empecé a notar mucho dolor, mi piel se rasgaba, la sangre salía con fuerza. No podía ser, de una yema no podía salir tal cantidad de dolor. Abrí los ojos. De mi boca salió un grito ensordecedor, un grito de dolor y rabia, de espanto y miedo. Vordruck me había cortado el meñique entero. En su lugar había un trozo de carne repleta de sangre, que iba cayendo con cada vez más frecuencia.

El dolor era insoportable, parecía que la piel me ardía. No paraba de gritar, con la esperanza de que mi hermano viniera a ayudarme. Gering también gritaba, asustado, con lágrimas cayendo por sus mejillas sonrosadas. Vordruck puso mi dedo, lleno de sangre, encima de la mesa. Se puso a pronunciar un conjuro, con los ojos cerrados y las manos juntas, en postura de oración. En aquel momento, Gering y yo aprovechamos para salir corriendo de la casa. La sangre que emanaba de mi mano caía incesantemente. Manché todo el suelo y las escaleras. Por suerte, mi casa estaba a unos pocos metros.

Gering abrió la puerta de un golpe, y corrió a buscar a mi hermano. Vi a Herz venir corriendo hacia mí, con los ojos brillantes de pánico observando mi mano llena de sangre. Vi su rostro desencajarse al ver que me faltaba un dedo, su boca pequeña de labios rosados se abría con expresión de asombro y desconcierto. Me cogió la mano, y con una lágrima cayéndole por la mejilla me dijo: “¿Qué te ha pasado?”.

Herz me limpió la herida, sentí los latidos de mi corazón donde estaba el meñique, y cuando veía que ya no estaba parecía un espejismo. Me vendó la mano y me interrogó. Le conté lo de Vordruck, muy resumidamente y con prisa, pensando que todavía podía estar en casa de Gering. Herz sostuvo mi mano vendada entre las suyas. Sus dedos delgados y llenos de cortes me apretaban, dándome calor y ternura. No podía sentir su piel, pero esa carícia me llegaba hasta el corazón. Miraba su cara, estaba triste, como si en vez de a mí le hubieran hecho daño a él. Finalmente, me dijo: “Tenemos que irnos, Vordruck no tardará en venir. Él sabe que vivimos aquí…”. Yo, atónita, le dije: “Y… ¿Cómo puede saberlo?”. Herz soltó mi mano y dirigió su mirada al suelo: “Vordruck forma parte de la Alianza de Blut…”. Me acerqué a él súbitamente y le miré a los ojos: “¿Tu tienes algo que ver con ese hombre?”. Herz suspiró: “Papá me lo contó hace un par de años. Cuando el rey llegó al poder, los magos se opusieron con todas sus fuerzas. Sabían que tarde o temprano el rey les quitaría sus derechos y los trataría como a gente corriente. A partir de aquel momento, decidieron juntar sus fuerzas para destronar al rey. Cientos de magos en todo el país dan su apoyo a la Alianza de Blut. El rey, por supuesto, no sospecha nada y sigue llamando a palacio a los magos para satisfacer sus deseos. Papá forma parte de esa Alianza, y me dijo hace poco que habían empezado a movilizarse. Quieren destruirle de una vez, acabar con él…”. No hizo falta que me dijera otra palabra, lo vi en sus ojos. Sabía que Herz formaba parte de esa alianza…

Gering estaba sentado a nuestro lado, todavía asustado por lo que había sucedido momentos antes. Herz estaba en silencio, esperando que yo reaccionara por lo que me había contado. Por desgracia, no tuve tiempo de abrir la boca. Oímos un ruido que venía de la puerta. Era como si alguien la estuviera empujando con mucha fuerza, temblaba y se oían golpes. De pronto, se oyó un sonido metálico, como si forzaran la cerradura. Mi hermano se puso delante de nosotros: “estad preparados, no tardará en abrir la puerta.” Cogí la mano de Gering con fuerza, y con un hilo de voz le dije: “No te preocupes y mantente a mi lado”. En unos instantes, la puerta se abría sola, como si la corriente de aire la hubiera empujado. Herz, sin ni siquiera mirar, alzó la mano con decisión y miró fijamente hacia delante. No le hacia falta decir ningún conjuro, simplemente con su mente era capaz de controlar a quien quisiera. Como él esperaba, Vordruck se acercó lentamente, con la mirada perdida. Se acercó a mi hermano, que tenía el brazo rígido y la mirada penetrante. De repente, Vordruck se abalanzó hacia Herz torciéndole el brazo. Gering se asustó y empezó a gritar. Yo estaba tan aterrorizada que ni siquiera me salía la voz.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Capítulo 1

No todas las mañanas son tranquilas...


Mi hermano ha llamado a la puerta, debe ser hora de levantarse. Ayer no dormí, me pasé otra noche estudiando. Mañana es el examen, necesito una buena nota para hacer felices a papá y a mamá. Papá está en la capital, trabajando para mandarnos dinero, y mamá con el abuelo, él ya no puede hacer todo lo que quisiera. Ahora estamos solos mi hermano y yo en casa. Vivimos en una pequeña casa de madera cerca del bosque, a unos cuantos quilómetros de la ciudad, donde viven los magos. Aquí solamente hay ancianos y poco más. En el pueblo hay solamente diez casas, las suficientes para que nos conozcamos todos y no tengamos nada que temer. La escuela está cerca, pero solamente voy una vez a la semana, los demás días tengo trabajo. Lo que me enseñan no es de mi agrado, me gustaría conocer algunos conjuros para poder vivir más cómodamente, pero en cambio solo aprendo a hacer pócimas inservibles.

Mi hermano siempre ha sido más listo que yo, desde pequeño siempre me ha sacado de apuros. Es 2 años mayor que yo, pronto cumplirá los 18. Me gusta su pelo rubio, es brillante y lleno de vitalidad, no como el mío, negro cual carbón que en llamas arde. Sus ojos son azulados, como el agua del río. Aunque no me gusta compararme con él, siempre que le miro descubro cuan diferentes somos. Herz, que así se llama, ya conoce más de 100 conjuros y encantamientos, cuyos poderes son asombrosos. Normalmente, en el colegio nos enseñan a preparar brebajes para curar enfermedades, o para proteger nuestro cuerpo de algún daño. Herz, en cambio, es capaz de dominar las acciones de la gente a sus anchas. Se ha especializado en el control del cuerpo humano, cosa que a muchos aterroriza. Con él puedo sentirme segura.

Herz siempre insiste con que aprenda lo máximo que pueda en el colegio, y además él mismo trata de enseñarme algunas cosas necesarias. Me contó que la magia está al alcance de todos, pero que la mayoría no saben utilizarla. En cada ocasión, la magia se utiliza de manera distinta, los magos con más experiencia simplemente alzan la mano hacia su víctima. En ella reside el poder, la fuerza y la voluntad para hacer lo que les plazca. En ocasiones, sin embargo, se utilizan dibujos, letras o incluso números. Esta sabiduría no la obtiene cualquiera, sino que se debe aprender en el instituto. En los pueblos pequeños como el mío solamente hay escuelas, donde uno aprende a hacer sencillas pócimas para vivir sencillamente. En la capital, en cambio, hay 3 institutos. Mi hermano fue al más humilde, económico y sencillo. Mi familia no puede permitirse otra cosa.

En el colegio también nos informan del estado del país. La mayoría de la población trabaja en el campo, no es fácil sobrevivir con otro oficio, ya que el rey se queda con el 90% del salario de los que trabajan en otros sectores. La gente pasa hambre cuando las cosechas no son buenas, los magos se refugian en su mundo para poder hacer lo que les plazca, y el rey se encierra en su jaula de oro, una jaula bella y sin temores, para olvidar a su pueblo que tanto sufre. Entre ellos, mi padre, que trabaja en la joyería, al lado del palacio. Él es quien pule los diamantes, da forma al oro y saca brillo a las piedras preciosas para la corona y ostros caprichos de nuestro querido rey. Mamá siempre le insiste para que deje el trabajo, ella no quiere darle todavía más lujos a ese desconocido sin alma al que hemos de llamar rey. Aunque, por desgracia, no quede otro remedio.

En el pueblo, sin embargo, se vive tranquilo. Esta mañana tengo que ir a casa de los vecinos para cuidar a su hijo, que acaba de cumplir 7 años. Se llama Gering, y tiene el pelo color zanahoria. Siempre que me ve cuando entro en casa me llama: "Leiden, ¡quiero enseñarte mi nuevo conjuro! ¡Ya verás que bueno!" Es muy alegre, nunca he visto a nadie con tanta energía

Al llegar a su puerta, cruzando el jardín de rosas blancas, vi enseguida que algo no iba bien. La puerta estaba entrecerrada, y el aire se colaba dentro de la casa. En el pomo no había ninguna llave, alguien que no era el propietario había entrado. Sin pensarlo, me acerqué a la puerta y con un gesto de temor intenté abrirla con la mano temblorosa. Aquel gestó no pasó de ser una sutil caricia, pues alguien me había oído al acercarme y abrió la puerta bruscamente. Me asusté, pero ni siquiera pude articular un sonido. Tenía delante de mí al intruso, un hombre de unos 50 años medio calvo con unas gafas de culo de botella. La nariz redonda particularmente grande y pronunciada le daba un aspecto amistoso, incluso cómico. Sin parpadear, me cogió del brazo y de un tirón me hizo entrar en la casa. Me soltó con tal fuerza que me di un golpe bastante fuerte contra la pared. Poniéndome la mano sobre el brazo que recibió el golpe, miré hacia la escalera, donde se encontraba Gering. El niño me miraba con cara de pánico, agarrándose a la barandilla con ambas manos. El desconocido se acercó a mi y me sujetó el brazo adolorido contra la pared. Con un grito de dolor, dije: <<¡Suéltame!>>.
El hombre, que iba vestido con una capa negra y una corbata color sangre, me miró con un gesto de desprecio y me empujó hacia el suelo. Se dirigió hasta el niño, que había empezado a llorar silenciosamente. Gering le dijo sollozando: "Deje a mi amiga señor Vordruck … Váyase de mi casa…". El hombre, con el rostro impasible, le cogió de la nuca y se lo llevó a la cocina. Yo, levantándome de un salto, subí hasta allí. Al verme, Gering, corrió hacia mí, dejando atrás al señor Vordruck. Aunque, para mi sorpresa, poco le importaba. Estaba preparando un conjuro, encima de la mesa de la cocina. Tenía preparadas hojas secas y huevos de colores extraños que jamás había visto. El niño seguía abrazándome, pero ya no lloraba. Me agaché para hablar con él. Tenía los ojos entrecerrados y me miraba fijamente. Con sigilo, le pregunté: <<¿Sabes qué es lo que quiere este hombre?>>, con un hilo de voz, no tardó en responderme: "El conjuro que me enseñó mi padre, el que prometí guardar. Por eso se fue mi padre, no quería que le encontraran". Vordruck se giró súbitamente y le dijo a Gering: "Dime, que más le falta?", el niño, que se lo pensó unos instantes, dijo: "guisantes fritos". Sin perder un segundo, Vordruck se puso a buscar desesperadamente por la cocina. Yo, que todavía estaba en cuclillas, casi me asusté al ver la cara de Gering. El niño se reía, con la boca entreabierta, con pequeñas carcajadas casi inaudibles. Sin tener que preguntar, Gering me rebeló: "Ni se lo imagina, lo está preparando mal… Y además lo de los guisantes es mentira...". Por mucho que fuera inocente, esa risa era demasiado visible y con una simple mirada, aquel hombre descubriría el engaño. Le hice una señal con la mano al niño, pidiéndole silencio. Si Vordruck lo descubría, ya podíamos darnos por muertos.

Welcome

Bienvenidos a mi blog. Aquí encontrareis los capítulos de un libro, que de forma anónima iré publicando a medida que los vaya escribiendo. Espero que os guste y que disfrutéis leyendo. Un saludo.