lunes, 15 de septiembre de 2008

Capítulo 3

Cuando el miedo se apodera de todo...


Vordruck tenía el brazo de Herz inmovilizado, e iba torciéndoselo hacia su espalda. Mi hermano gritaba de dolor, se retorcía y maldecía a aquel extraño que tanto daño nos estaba haciendo. Gering seguía gritando, ahora con llantos y lágrimas, sus mejillas llenas de pequeñas pecas se humedecían. Miré la cara de Vordruck; estaba sudando, con la mandíbula desencajada, dejando entrever que aquel esfuerzo le superaba. Parecía que sus ojos iban a salirle del rostro, y sus manos empezaron a temblar. Herz se percató de que el hombre ya no podía sujetarle por más tiempo; con el brazo que le quedaba libre, asestó un golpe con el codo en el vientre de Vordruck. El hombre se retorció, soltando a Herz. Acto seguido cayó al suelo, quedando de bruces, sin poderse levantar. Miré a Herz, que tenía una expresión de fatiga, pero a la vez los ojos le brillaban y su rostro se encendía en furia. En ese momento, Vordruck miró a mi hermano con aire desafiante. A su vez, Herz le devolvió la mirada con seguridad, alzando de nuevo su brazo. Esta vez hizo que el hombre de negro se levantara, poco a poco, como si le pesara demasiado el cuerpo. Herz fijó sus ojos en Vordruck, manipulándole y haciéndole andar hasta la ventana. Sabía lo que sucedería, así que cogí a Gering, que todavía lloraba sin parar, y lo mantuve aferrado a mí. Le abracé muy fuerte, como si en algún momento tuviera que desaparecer. Entonces, Herz hizo que Vordruck siguiera caminando hacia la ventana, hasta que la rompió con su cabeza y cayó al vacío. En unos segundos, sólo quedaron los cristales rotos de la ventana con algunas gotas de sangre. No me atreví a mirar fuera, ni tampoco Herz.


Mi hermano hizo las maletas. En solo un par de minutos, logró poner casi toda nuestra ropa en apenas una pequeña maleta. La verdad es que nuestra familia es bastante modesta, aunque mi padre tenga un buen empleo, nunca es suficiente. Luego, fuimos a casa de Gering, donde todavía se podía observar las manchas de sangre… Cogimos su ropa y nos fuimos.

Aunque la mayoría de gente montaba a caballo para poder desplazarse con mayor facilidad, nosotros simplemente empezamos a caminar en dirección a la casa del abuelo, que estaba a un par de días andando. Subimos la colina de amapolas, que en esta época que habían florecido, donde hay una buena vista del pueblo. Entre las colinas, con solo pequeñas casas y una torre alzándose en medio, la escuela, allí se divisaba el pueblo. En ese momento decidí observarlo bien, reparar en cada detalle que se veía, pues tenía la sensación que no lo vería en bastante tiempo, o quizás nunca. Mi hermano llevaba la maleta, y yo cogía fuerte de la mano de Gering, cuya expresión triste me torturaba cada vez que ponía mi vista en él. Avanzamos por el camino del bosque, que a estas horas estaba iluminado, con el resplandor del verde de los árboles casi cegándonos. Aquella visión que quitaba el miedo, tan relajante como mirar el cielo en un día sin nubes, y que tanto me había gustado siempre. De pequeña, el abuelo me traía a pasear, y me contaba que los árboles crecen durante toda su vida. En una ocasión le pregunté si podían llegar hasta las nubes. Él sonrió, dirigió su mirada al cielo y suspiró: claro que si.

Pasamos todo el día deambulando por el bosque, y las piernas ya nos estaban pidiendo reposo. Miré a Herz con preocupación, obsesionada con la idea de que no podíamos pasar la noche en el bosque. En el colegio siempre nos recuerdan que es peligroso pasar la noche al raso, hay muchos animales sueltos por esta zona, y ni siquiera podríamos imaginar la ferocidad con la que cazan a sus víctimas. Yo nunca había visto un lobo, ni un jabalí, y ni siguiera a un murciélago. De golpe, Herz se paró. Miré delante de él, y vi una gran puerta con pequeñas ventanas de cristal. Estaba en medio del camino, unida a unas grandes paredes que en su día fueron blancas. Mi hermano me susurró: llamaremos, tenemos que pasar la noche aquí. Gering me agarró el brazo, como si se lo tuvieran que llevar de mi lado. Herz se dirigió con decisión hasta el picaporte, que era de una pequeñez inusual, y tan reluciente como la plata. Yo me quedé mirándole, y notando como la herida de mi mano hacía que casi me retorciera del dolor. Herz aproximó su mano al picaporte, con intención de llamar, pero en ese momento la puerta se abrió ante sus ojos de sorpresa. Delante de él había un hombre de unos treinta años, con una barba dorada que le llegaba hasta el pecho. Iba vestido con un largo abrigo hasta las rodillas, y podía entreverse que era el vigilante nocturno. Herz se quedó unos segundos paralizado por la sorpresa, pero enseguida se dispuso a hablar con aquél hombre: “disculpe, no tenemos dónde pasar la noche….” Antes de que pudiera terminar, el hombre se hizo a un lado, dejando que pasáramos. Lo que había al otro lado era una larguísima calle. A cada lado había una sucesión de pequeñas casas con las fachadas grises, sin vida y decrépitas. El paso era muy estrecho, y en algunos casos, si los cristales estaban lo suficientemente limpios, podía verse lo que había en el interior de los hogares. Finalmente, al lado de un balcón, vimos una placa con letras medio borrosas que ponían “Posada”. Sin mediar palabra, nos dirigimos allí con la esperanza de que aún quedaran habitaciones libres.

La mujer que nos atendió era ligeramente jorobada, con media dentadura podrida, y que parecía tener como mínimo cien años. Nos dejó claro que a la mañana siguiente tendríamos que irnos inmediatamente y pagarle. Yo sabía de sobra que Herz no había cogido dinero, y no sabía qué haríamos cuando saliera el sol. No obstante, tenía tanto cansancio sobre mis hombros que ni siquiera me fijé en la habitación, simplemente me dejé caer en una de las 2 camas que había. Al hacerlo, ésta provocó un chirrido de muelles que resonó en toda la calle.

Horas más tarde, una luz turbia que parecía provenir del interior de la habitación, me despertó. Al principio ni siquiera sabía dónde estaba, pero al notar los pinchazos de mi mano, empecé a recordar. Me incorporé con dificultad, flotándome los ojos, casi sin poder abrirlos. Recorrí con la mirada la habitación, observando que mi hermano y Gering seguían durmiendo en la cama que había en frente de la mía. En el centro, se encontraba el objeto del que emanaba la luz. Era un espejo. El marco del espejo era dorado, con detalles de flores y hojas. Del centro, salía aquella extraña luz que no podía dejar de observar. Me acerqué sin pensarlo, intentando hacer el menor ruido posible. Posé mis dedos en una de las pequeñas flores doradas, y su tacto era gélido. En aquel momento, la luz empezó a ser más clara y a tener más intensidad. Antes de que pudiera darme cuenta, la habitación se había iluminado por completo y no podría apartar la mano del espejo. La luz me cegó por completo y empecé a temblar.

1 comentario:

Anice dijo...

si es k mire savia k no m fallaries ò_o
tenia ganes d saver con continuaba *w*
vull mes mes *-------* (L)